Siempre es Otoño, no importa cuántas páginas arranque del calendario. Sé que nunca va a dejar de entumecer mi cuerpo, de descargar su lluvia sobre mí y calarme hasta los huesos. Sé que brilla el sol pero nunca llega abril. Que cantan los pájaros pero no se dirigen hacia mí.
Y dije que esta vez no me quedaría esperando, pero mentí. Admito que me he estado buscando, pero todo lo que encuentro ya lo conocí.
Y soy presa una vez más de mis propias garras, engullida por unas fauces cualquier mañana que el cielo se tiña de cris. No tañirán las campanas el día en que huya de aquí. Le he comido terreno al silencio y asumido mi derrota contra unas costillas que buscan algún abrazo esquivo que supongo que prometí.
No he recargado el arma, no he borrado las pistas que me condujeron hasta allí. Solo espero que alguna noche renazcan las ansias de recomponerme, de sanar las heridas, de luchar por mí.
Eso si antes no acabo devorada por los miedos, cegada por las lágrimas, consumida por el fuego de todas las ideas que se agolpan en mi mente sin principio ni fin.