Tan sólo hubiera querido saber
si fue todo un juego, si me escogiste perder.
Tan sólo hubiera deseado entender
por qué me dejaste perdida, en un laberinto sin salida, entre la oscura neblina y alzando la mirada hacia un cielo gris.
Tan sólo hubiera pedido ver
por un último instante tu rostro en la penumbra, tus labios susurrando te quiero por última vez.
Si no te hubieras vestido y cerrado la puerta, si hubieses echado un último instante la vista atrás, sabrías que te esperé cada noche con una bufanda en la entrada por si cuando el invierno llegase y te calase los huesos decidieras regresar.
Y sé que no es bueno, que no me debería arrastrar. Sé que me perdí a mí misma por reclamar tu compañía, por fingir que era bien como me sentía y, de este modo, nunca más hacerte llorar.
Sé que siempre fui una estúpida que tan solo escribe, que siempre calla, que siempre guarda en silencio toda mi verdad en el pecho, que nunca extiende las cartas sobre la mesa porque ni tan si quiera tiene la ambición de ganar.
Sé que me herí a mi misma tantas veces por anteponer tu bienestar al mío, nuestro futuro al que había escogido, y que no fuiste tú, si no mi propia decisión.
Sé que no puedo continuar este camino, sé que debo frenar el coche y abrir la puerta, sé que debo encogerme y esperar en la cuneta, sé que es peligroso el arcén.
Sé que no debo aferrarme a recuerdos del pasado, que debo abrazar el presente, besar al futuro, despedirme del ayer. Pero te sorprendería saber cuántas noches te he pensado, cuántas madrugadas te he imaginado despertando bajo mis sábanas por última vez.
Sé que sólo soy el punto y aparte de mis epílogos, el relato de una historia en alguna barra de un bar. Sé que no he sido para nadie lo que espera, cuando me mira a los ojos, encontrar.
Sé que he huido de tantas primaveras que no es extraño que el propio otoño me logre, tantas veces, alcanzar.