Huelo a humo, a alcohol, a fracaso. A promesas olvidadas y sueños que quedaron por cumplir. Que se extraviaron, se marchitaron, declinaron todas mis proposiciones.
Huelo a tantas cosas que simbolizan derrota, y eso me aterra, me atormenta. El pasado me persigue; el futuro me tiende una soga. Y no sé olvidar. Y no sé cómo afrontar los designios del azar, de la suerte.
De cuando en cuando salgo a buscarte, esperanza. De bar en bar, de copa en copa. Me inyecto besos amargos en vena, me chuto algunos versos y caigo rendida y semi inconsciente en esta cama, para despertar herida de los pies al alma cada mañana. Y leo a Erich Fromm y planeo rendirme. Porque me he convertido en lo que más detestaba.
A veces me pregunto cómo escapar de la madrugada, de la luz que me ciega, que me recuerda que sigo viva, aunque no lo creas, aunque haya perdido el rumbo. Pues aún me quedan fuerzas, y unas piernas que no saben hacia dónde caminar pero odian quedarse quietas.
Creo que he olvidado el sentido, que alguien ha apagado el motor, que me ha robado el aliento. Que han decidido, machete en mano, cortar los hilos que me unen a mi yo pasado, a sus objetivos, a sus ansias y anhelos. Pero, repito, aún me quedan fuerzas. Y te estoy buscando, esperanza, aunque te resistas, aunque te escondas. Aunque a veces mienta y comente que estoy a tres cervezas de olvidarte, que puedo sola, que no necesito guía. Y es así. Pero sólo tú tienes las respuestas a mis preguntas, unas preguntas que yo misma he olvidado.
lunes, 14 de marzo de 2016
Autodestrucción 4.
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