Me estoy ahogando en tu ausencia, mi desgracia. Perdiéndome sin brújula entre tu apatía, mi desidia, como tantas otras noches oscuras, pues eras tú la estrella polar que me guiaba de vuelta a casa. Sé que el más leve atisbo de cariño emocionaría mi inocente mirada enamorada, haría brillar a mis ojos, tristes esmeraldas.
Que mataría por uno solo de tus apasionados besos, por tus manos recorriendo mi piel como antaño, deslizándose bajo la ropa, frenéticas, buscando consumar este insano amor de locos. Pero nada era suficiente. Nada fue suficiente. Ninguna expresión física podía transmitir, ni de lejos, lo que nuestros corazones sentían, lo que mi alma anhelaba de la tuya. Porque esto es más etéreo y, al mismo tiempo, más corpóreo de lo que cualquiera de los dos jamás imaginaría.
Que moriría por posar de nuevo mis labios sobre tu cuello, por acariciar tus latidos, por jugar cada noche con los límites de tu deseo. ¿Y qué haré, si eso jamás vuelve? ¿A quién he de acudir para coser los fragmentos de este miocardio maltrecho? ¿Quién curará la neurosis de esta pobre cabeza, de estas manos inquietas?
Solo busco, solo deseo, solo trato, desesperadamente, de enmendar los errores cometidos, de recuperar tus emociones, mi libertad para tomar decisiones (últimamente anegada por el peso de mis sentimientos, mis temores), tenerme de vuelta en tu cama hoy, mañana, o todas las noches.
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